Este domingo he continuado soñando durante todo el día. El frío de la mañana me ha despertado al salir del autobús después de un viaje de 2 horas hasta Bernedo. Al ver el gentío que se agolpaba en la plaza y los 2 autobuses descargando más gente he sentido de nuevo la alegría compartida. Sigue siendo el sueño de todos nosotros, continuar este viaje a través de Euskal Herria. El número de la etapa, la veintitantos, da igual.
Bernedo, 9,30 h, una serpiente multicolor por sus calles comienza a caminar hacia la Ermita de Nuestra Señora de Ocón, que dejaremos a la derecha. Un camino ancho en suave pendiente nos transporta hacia el “bonete” y la Ermita de San Tirso.
El bosque es precioso. Vamos llenando de humanidad el monte, cada uno con sus pensamientos, hablando o callando.
En el collado próximo al primer repecho exigente nos dividimos en varios grupos para hacer más llevadero el recorrido. Somos 97 personas.
Pasamos por la Ermita y pisando roca llegamos hasta la cima de San Tirso, pequeña, con unas vistas excepcionales, estamos a 1.330 m. Una vez más esta travesía nos regala el paisaje, Lagrán, Meano, pueblitos perdidos en el Valle, y la monumental cresta de La Sierra de Cantabria, con la Peña del León, La Cruz del Castillo, Palomares, Yoar y Costalera allá atrás, ya pisado anteriormente.
Sensación de satisfacción por lo ya terminado, lo ya recorrido…Está siendo tanto…Continuamos hasta la Peña del León. Su vértice geodésico así lo constata, nos encontramos a 1.395 m. Nos agrupamos los que vamos atrás en la cima.
Las vistas abarcan incluso hasta el lejano Pirineo con sus cimas nevadas. Más cerca, La Sierra de Aizkorri y Aratz, Aralar, Gorbea y Anboto…y esos campos labrados en el valle, con pueblos como Laguardia, con ese sabor a vino que compartimos no hace mucho en otra salida entre amigos.
Queda llegar al Puerto del Toro, donde nos juntamos con el grupo que viene por abajo, en el que se han reunido varias personas que no querían ir por la cresta, al ser tan aérea y tener algo de vértigo. Juntos remontamos la fuerte pendiente que nos llevará hasta la cumbre de La Peña o Cruz del Castillo, máxima altura del día (1.433 m).
Desde esa bonita aunque reducida cima, con su gran cruz, nos disponemos ya a bajar poco a poco hacia el pueblo de Pipaon, dejando otras crestas esperándonos para otra ocasión, Palomares...
Caminamos atravesando el bosque de hayas, aún desnudas, pero de una altura considerable. El camino es ancho y agradable el andar sobre sus viejas hojas ya caídas el pasado otoño. El sol va intercalándose entre las ramas de los árboles y el suave aire nos trae ya aroma a primavera. Sosiego, tranquilidad, y mientras, la serpiente multicolor se alarga cada vez más, para terminar atravesando los campos cercanos al pueblo de Pipaon.
Y todavía habrá gente que se pregunte, “al monte para qué…”…Pues una cantidad de sensaciones distintas y especiales envolvieron a 97 personas un día soleado de marzo, y digo, “al monte para todo ésto…”.
Como siempre, hablando de números, 23ª etapa, 97 personas, 7 horas, 17 kilómetros y mil sensaciones...
Para terminar, una enorme luna llena nos deleita de vuelta a casa. La luna preludio de la noche, de nuevo.
Ese despertador me sorprenderá por la mañana de un lunes cualquiera, en el que ya no estarán las botas junto a la ropa de monte doblada. En lugar de eso no habrá nada, y me daré la vuelta hacia el cajón a parar el ruido ensordecedor que martillea mi cabeza llena de crestas, valles y bosques.
(MIREN MUÑOZ)